sábado, 22 de noviembre de 2014

lunes, 17 de noviembre de 2014

Anoche estuve desde las 23, hora en que me acosté, hasta no sé qué hora de la madrugada mirando las sombras de la habitación, las luces que se filtran por la persiana cerrada, la espalda desnuda de mi pareja, mis propios pies. El dolor de espalda me vencía, apenas podía moverme. Intenté bocarriba, pero nada. De costado, y no había forma. Boca abajo tampoco duré mucho.

Pasó una moto ruidosa y mi pareja se sobresaltó. A veces habla dormido. Sé que no estaba despierto cuando me dijo:

-Andá si querés. No te quedes conmigo si no tenés sueño.

Es porque estamos acostumbrados a acostarnos juntos, aunque normalmente yo me acuesto sin sueño. Espero a que se duerma mirando la tele o entreteniéndome con su computadora y después me levanto y voy por el departamento como sonámbula, buscando por todos los rincones un sueño que no llega.

No soy insomne. Soy nocturna.

Me gusta vagar entre las sombras, perderme en los matices de la noche. La noche siempre tiene algo que me inspira, que me llena la cabeza de palabras. Pero anoche no quería inspirarme, no quería palabras, sólo silencio. Quería apagar el interruptor, hacer un esfuerzo por olvidar el dolor insoportable de mi espalda, cerrar los ojos y hundirme en el sueño.

Pasaban las horas y mis ojos seguían abiertos. La mente me engañó, jugó conmigo un juego casi macabro. Palabra por palabra me vi rodeada de imágenes, de lugares y personas. Un par de nombres y algunas direcciones se colaron en mi pensamiento. Casi me imaginé la aguja de crochet con la que empecé a tejer las palabras y oraciones juntas.

Y estaba segura de que esta vez lo iba a hacer. Siempre estoy queriendo hacerlo, y no me sale.

Cuando las imágenes y las palabras se fueron apagando, estuve segura de que por la mañana iba a encender la PC y no iba a temerle a la hoja en blanco. Me dejé llevar por el último pensamiento, un comedor transformado en sala de operaciones, y el resto de la noche soñé con mis nuevos amigos, mis personajes que ya tenían nombre y apellido.

Pero esta mañana esperé a que mi pareja se fuera a trabajar y encendí mi computadora con cierta vergüenza. Él siempre me alienta a hacerlo, sabe que quiero; así que no quiero defraudarlo.

Y menos mal que esperé a que se fuera, porque la hoja en blanco me devolvió la mirada como un monstruo gigante, como un abismo insondable. Me acobardé y me fui a dormir, otra vez.